Thursday, August 31, 2006

Binarismo

Entre una misma línea y dos nieves,
flotando entre la procacidad del invierno
y la piel gastada del hielo,
por elevaciones y tal vez
alguna muralla que intenta adivinar
palabras tendidas al vacío,
como estelas puestas a secar.

Pudieran ponerse a volar
como gaviotas de enero:
filamentos ínfimos de la imaginación
que graznan buscando algo que comer
al borde de veredas tardías
de revelaciones o de algo que plasmar
entre las rotas mareas de la impertinencia.

El reflejo se compara a otro reflejo,
se trastoca en sobres de luz,
manos de sombra y pies etéreos
que han dejado sabor a silencio
en esta mesa taconeada por la experiencia
de querer ser no siendo,
de creerse un héroe en exilio
o auxilio, el auxilio que tanto
se necesita para cosechar versos en las nubes.

Mírate.
Eres otro hecho de la misma materia,
un intento de experiencia cóncava
que se resiste a aceptar
el lado roto del corazón y flota
herido por el estertor del mediodía,
noqueado por la soledad y un deseo
roído por los ratones de la espera.

La negación por tanto
de una copla o una copa desdichada.
El otro lado según unos,
el equilibrio de acuerdo a otros,
la marea y la espuma
de un ascensor de vino
en medio del tráfico de la tarde,
jugando a ser luna y sol,
noche o día,
cazador y presa.

Monday, August 14, 2006

Tres de la tarde.
Un día X.
Un año Y.
Un nuevo medioevo.

Las angustias cuelgan de las ventanas,
mezclándose con las confusiones,
los gritos interiores insultan estivalmente,
una música liberada del sistema,
resuena en las copas de lo árboles.

En este cuadrilátero donde el sol pena entrar,
todo se contrae, se centrifuga,
creando una ventisca
que hace volar papeles, libros y plumas.

Si todo acabará aquí
o si nada comenzará
sólo le importaría a esta planta de luz
que brilla en una esquina del cuarto.

Pero habrá que salir de aquí,
tal vez algún paseo equilibrado
por las callejuelas de la soledumbre,
e intentar dormir,
aunque la diosa del sueño,
yazca beoda en el cementerio cercano.

Nada pesa.

Busco un espacio donde el cielo sea glorioso,
aunque sea por un momento.

Friday, August 11, 2006

Siempre es diciembre en mi pelo

Carcomido por los lunes a sábado,
que encorvan más mi joroba,
llego a mí mismo,
abro las puertas, las ventanas
y no hay nadie que remoje mis desconsuelos
en agua caliente.

Me quito la ropa y me siento en un sofá,
harto como yo de aguantarme,
ratones escapan de mis glúteos,
cucarachas reptan por mi frente
y prendo la tele para escapar de la realidad,
y que más da,
de mis malas cartas.

Hace días que no veo las noticias
e ignoro lo que pasa de este mundo.
Cambio de canales
como cambiar a quien escucho.

En el 620 hay alguien
que ha matado a sus mejores amigos.
Hago una correlación con mi vida
y me doy cuenta,
que hace mucho,
yo también maté a los míos.

627. En un país muy lejano,
un presidente,
del cual no quiero acordarme,
habla sobre la democracia y la libertad,
acerca de que tan malo es ir en contra de ellas,
cuando en realidad lo único que ha logrado
es violarlas.

633. En el país de nuestros verdugos
todos sueñan en victorias y venganzas,
claman ver niños muertos
y ver su sangre correr por distantes plazas.
Varias naciones los apoyan,
también quieren ser parte
de esta repudiable, bufa matanza.

750. En el ombligo del mundo
mueren cientos, miles,
por defender una causa justa,
la de ser libres y soberanos,
de sólo ser independientes.

Me insulto.

Todo esto me da rabia,
apago la maldita tele
y me odio aún más por haberla prendido.

Montreal 5 p.m.

Montreal.
Cinco de la tarde.
La ciudad es un cuadrilátero
donde el enemigo es uno mismo
y no lo es.
Metrópoli colmada por cuatro millones de almas
cúbicas de indiferencia,
repletas de caballos chúcaros que relinchan
toneladas cuadradas de injurias.

Montreal.
Cinco y media de la tarde.
Los sueños caminan como sombras
sobre los techos de la tarde.
Cascabeles en la cabeza
y combinaciones furtivas de movimientos.
La luz en las palabras,
sombra de su reflejo,
liba nebulosas en un mar de letras herméticas.

Las gentes discurren en eterna soledad,
bolsillos llenos de destellos,
de sonrisas que nadie usa.
Mástiles de indiferencia.
Sólo los cabellos galopan
una alegría que nadie ve.

La dispersión del reflejo arrebata corolas
como si fuese una mirada de yema parada en el pecho.
El único refresco es el menear de los árboles
o un tallo de lava.

Los ojos no son más que diatribas.
Son lo amarillo, lo perdido, lo impotente.

Ocaso

Fiesta del poniente,
finamiento de la rosada ecuación.

Una orquesta de azul despunta el nocherniego;
el nodo resucita un sueño que nunca tuviste.

Allá, allá,
en algún lugar
donde tus ojos nunca llegarán,
eres un nogal en el desierto.

El sol se ha suicidado en el mar.

Aterrizan las primeras estrellas.

La noche de la noche pare millones de noches
y sus trillones de hijos nos rodean.

Sentada al borde de las veredas,
una niña de trapo ríe comiéndose los piojos.
Galopan escarabajos turquesa.

La piel brilla.

La luz se arquea desmaterializada tal vez
por un espejo de agua.
Pero la esperanza fue borrada por un cometa
y desde entonces los canarios lloran
en un idioma que nadie comprende.


La fiesta del poniente.

Coloradas nubes danzan al compás de céfiro,
todo lo austral huye al ritmo de un vals.

En la mortal caza de pájaros plateados,
alguien le ha incendiado la oreja a la razón.

Montreal 7 a.m.

Montreal.
Siete de la mañana.
Hora del veneno.

La ciudad moja sus ojos
en la sopa contaminada,
alimento de lo inmóvil,
toxina de lo orgánico y pensante.

Un taladro etéreo como la daga
que mato al rosal
cabalga los pulmones.

No hay nada más que hacer.
No hay nada más que discutir.

Sólo estas ganas rosas,
ganas rojas,
ganas retenidas,
ciegan a mis únicos centuriones.

Todo se ha oscurecido
en el templo de Ramananda,
y es triste y no lo es.
La indiferencia,
la contaminación parida por millones de personas,
duele en la piel de la mañana.

Saturday, August 05, 2006

Vórtice

Espejos sin sombra
y el rocío seco de la esperanza:
la vacuidad de este momento
lo llena todo y lo vacía.

Nada es la nada.
Nada y todo somos.
Los cuerpos se abisman.
La luz es una diosa
y una costra de eternidad
en entropía.

Nada queda,
sólo el comienzo de una rueda
que redobla un suspiro
ya suspirado.

Los calambres de lo ya visto
se retuercen en la habitación
y una verdad infinita
-grano de arena-
tal que una aeropista
del conocimiento
se bifurca.

La luz juega a ser un fuego proteico
y ser vida
y ser muerte.

Todo termina en este instante
y vuelve a comenzar y termina.
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