Friday, September 22, 2006

a Daniel Valverde,
poeta etéreo.


Allí furtivas, escondidas entre las rocas de la noche,
completamente siderales en lo insonoro,
como un rumor de arpegios rotos,
creciendo, reproduciéndose con el viento
y los andenes que yacen bocarriba,
aformas, descoloridas, igual que sólo andenes,
las mariposas de la intuición
se han parado a beber alma del rocío claudicado.

Míralas.

Hay luces apagadas que nos miran como pájaros
equilibrándose en las cuerdas rotas de sus alas
y sueños que tejen poemas en los sueños echados bajo el sol
como el pan sin levadura de un espejo
o un tiempo esculpido en el mármol sediento
de un poema varado en la playa de la incomprensión,
tal que un pez de luz cuadriculado lanzando un lúgubre hálito
a esta temerosa luna nemorosa que no se ha atrevido a salir
porque sabe que algún día será una cantera terráquea
de miseria como el agua sufrida que busca su refugio
en las tierras boreales de la Tierra.

Escucha.

Incluso el aire tiembla rubicundo
llorando en nuestros pulmones, protestando,
como un amanecer vestido de nubes demasiado sazonadas,
abandonado, desclasado, sin horas alegres,
serpenteando por lo oscuro de la libertad
y refugiándose en pasillos escondidos
y corazones neorománticos, incomprendidos,
destiempados, desgenerados, desidentificados,
universalmente peculiares y con un perfume a misterio
que sólo comprenden los muelles solos al amanecer

¿Recuerdas?

La Pachamama lo sabe.
Ella que sigue peleando su guerra de guerrillas diariamente
por librarse de nuestras manos armadas de monedas
y de timones hechos con su savia
y de café y de cigarrillos robados a sus hijos,
en lo marginal, en su simpleza de vagabunda visionaria,
tal que una mariposa de adivino
o una enana blanca que recuerda nuestro futuro
desde su silla antigua y sabia, meciéndose,
reinventándose,
nos adivina y nos instruye.

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